El Museo Reina Sofía explora la obra plástica del artista sudafricano a partir de sus proyectos para ópera y teatro
Doce días después de recibir en Oviedo el premio Princesa de Asturias de las Artes, el sudafricano William Kentridge (Johannesburgo, 1955) inaugura exposición en el Museo Reina Sofía. No han sido muchas las muestras del artista en nuestro país: hubo una en el Macba en 1999 y otra en el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga en 2012. En esta ocasión se aborda su producción plástica a partir de sus proyectos escénicos para ópera y teatro. Hay muchas sinergias entre ambos. Uno no se entiende sin el otro. Ya en 1975, mientras estudiaba Políticas y Estudios Africanos en la Universidad de Witwatersrand, Kentridge hizo sus pinitos como actor, director y escenógrafo en una compañía experimental, Junction Avenue, muy crítica con el Apartheid que durante 45 años asoló su país. Más tarde ingresó en la Escuela Internacional de Teatro de Jacques Lecoq de París, donde aprendió mimo e improvisación.
Explica Kentridge que, cuando empezaba a interesarse por el dibujo y el teatro en el Instituto y en la Universidad, le aconsejaron que debía especializarse en una sola disciplina. «Acepté el consejo, pero fallé en el dibujo y la interpretación. También fracasé en el cine. Hice películas terribles. Decidí recuperarme, sobrevivir, a través de mis fracasos y volví a trabajar en estos tres terrenos a la vez. Me di cuenta de que la impureza generaba provocaciones. Algunos de mis dibujos más interesantes están hechos a partir de proyectos para cine y teatro». Este creador multidisciplinar, que también hace collages, grabados, esculturas, vídeos…, logra conciliar todas las disciplinas, gestando un lenguaje propio.
Los comisarios, Manuel Borja-Villel y Soledad Liaño, advierten varias constantes que se repiten como un mantra en su producción: sus historias siempre son dramas, en ellas solo aparece un protagonista, sus personajes son víctimas o verdugos de la tiranía, la corrupción y el autoritarismo; la constante presencia de lo absurdo; la reinterpretación de obras canónicas europeas que traslada a Sudáfrica y, concretamente, al paisaje de Johannesburgo… Según Borja-Villel, Kentridge «se aleja de la sociedad del espectáculo a través del espectáculo». Destaca, asimismo, el anacronismo de «este artista esencial»: Kentridge se sitúa fuera de su tiempo y mira a las vanguardias históricas (Beckmann, Grosz), a las vanguardias rusas (Malevich, Lissitzky), pero también a Goya. Por otro lado, la autoconciencia de su condición de hombre blanco en un continente negro. En algunos de los trabajos presentes en la exposición aborda el tema del colonialismo. Desmonta la visión falsa e idealizada de Sudáfrica que tenían los expedicionarios europeos en los siglos XVIII y XIX. Frente a ella, el artista aporta su propia visión: pozos de extracción, minas, vallas y tuberías.
Se han seleccionado siete proyectos de Kentridge para teatro y ópera, que vertebran la exposición a través de maquetas, bocetos, marionetas, figurines, películas animadas, dibujos proyectados, guiones gráficos, videoinstalaciones, un teatrillo en miniatura… «Woyzeck en el Alto Veld», de 1992, supuso su primera colaboración con la Handspring Puppet Company, con la que el artista ha mantenido una fructífera relación. En este caso intercambia Alemania por Johannesburgo y el soldado protagonista de la obra inacabada de Büchner por un obrero negro. «Woyzeck» fue adaptada a la ópera por el compositor alemán Alban Berg («Wozzeck»). Kentridge fue el director de escena de una versión de esta ópera estrenada en el Festival de Salzburgo de este año. También se atrevió con el «Fausto» de Goethe, que reinterpretó en «¡Fausto en África!» (1995). Una visión «sui generis» e irónica en la que Fausto vende su alma al diablo a cambio de un exótico safari en África.
El polémico «Ubu Roi», de Alfred Jarry, le sirvió a William Kentridge para reflexionar sobre el fin del Apartheid en 1994 y la creación, dos años después, de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. Su primera incursión en la ópera llegó de la mano de «El retorno de Ulises», de Monteverdi, que adaptó en 1998: sitúa en un teatro anatómico del XVII al héroe de la «Odisea» –utiliza imágenes de Rayos X, ecografías y escáneres– y sustituye el Mediterráneo por un hospital en su Johannesburgo natal.
Los dos últimos proyectos incluidos en la exposición son «La nariz» (2010) y «Lulú» (2015), ambos encargos de la Metropolitan Opera de Nueva York. El primero, ópera satírica de Shostakóvich que narra la surrealista historia de una nariz que se independiza de su dueño. El segundo, ópera de Alban Berg sobre el erotismo femenino.
Pero no acaba aquí la «gira española» de William Kentridge. Mañana presentará el libro de artista «Tummelplatz». Publicado por Ivorypress en una edición de nueve ejemplares, consta de dos volúmenes: cada uno contiene diez fotograbados estereoscópicos realizados por el artista.