Leo Messi se adueña del derbi

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Leo Messi se adueña del derbi

Tres goles del astro argentino abaten a un Espanyol que acaba vapuleado por el Barça (5-0)

Atronó el cántico de “independencia”, se estrenó el breve estribillo añadido de “votarem” pero la canción más frecuente y la más coreada en el Camp Nou es otra palabra. Un nombre. Aquel nombre que un mocoso de 17 años invitaba a recordar hace ya una década larga, y que se ha convertido en inolvidable, por los tiempos de los tiempos, a golpe de gestas, exhibiciones y récords. En derbis, en finales y en partidos comunes, en escenarios enormes y en estadios modestos. Con o sin Ronaldinho, con y sin Neymar, con y sin Dembélé.

No hay nada más repetido en el Barça que los gritos de “Messi, Messi”, que acontecen en el momento más inesperado. En medio del silencio cuando el partido es un desierto sin ocasiones, apenas salpicado con algún roce propio de los derbis. No hay un minuto concreto para cantar a Messi. Lo son todos. Se los merece todos con la carrera que ha trazado desde que le filmaron en el Miniestadi.

Un gol en fuera de juego sirvió para cultivar las quejas del Madrid (y las del Espanyol, claro, principal damnificado del error arbitral) y encarrilar el partido para el Barça y otro legal lo sentenció poco después el mismo protagonista. Seis de los ocho tantos del Barça esta temporada llevaban el sello del astro, el sostén del equipo, también del club, hasta que Piqué y Suárez colaboraron en el vapuleo final del Espanyol.

El Barça se aferra al astro rey. Brilla incluso entre la bruma. Nadie más fiable que él para dar respuesta a cualquier interrogante. Siempre es un “sí”. En positivo. Con goles, con pases, con actitud… El máximo goleador histórico de los derbis hizo suyo el último también con un par de chispazos y un triplete final de adorno.

No hubo incendio en el duelo con un Espanyol muy formal y que todavía no acusa la presión de haber sumado solo un punto de nueve. El equipo de Quique parece convencido de sus planteamientos, como si siguiera un plan trazado que ni siquiera cambió cuando el Barça le presentó una duda.

Jugó el once de Valverde con un extremo derecho (Deulofeu) y un delantero centro (Suárez) y el inclasificable Messi entre ellos, sin nadie por la banda izquierda, acaso reservada para Dembélé. Víctor Sánchez se quedó allí clavado como lateral derecho, ocioso, sin saber qué hacer hasta que Alba aparecía de vez en cuando. Quique le cambió por Navarro justo después del 3-0. Con la entrada de Dembéle. Pero el francés se colocó igualmente en la derecha al sustituir a Deulofeu.

Un disparo al poste de Piatti, una vaselina fallida del argentino y un tiro de Gerard desviado por Umtiti que podían haber inquietado al anfitrión avalarían la paciencia del españolismo, que supo encontrar salidas para progresar en ataque. Sobre todo, a la espalda de los interiores barcelonistas para encarar a los centrales. Acciones esporádicas en un dominio clamoroso del Barça, vertical y grácil en el manejo de la bola, inspirado y cómodo en la asimetría táctica que dibujó Valverde.

El desigual acierto en el área, la diferencia entre Messi y los humanos, dictó la sentencia antes del hundimiento final, manchando la honra del Espanyol con dos goles en tres minutos finales de Piqué y Suárez, tras una gran asistencia de Dembélé, aplaudido con la generosidad que corresponde al futbolista más caro de la historia del club. Paulinho también se presentó ante la parroquia culé, desempeñando el rol de Busquets como mediocentro y rozó el gol.

Independencia, votarem y Messi compusieron la banda sonora de la cita, con el bis del «a Segunda, a Segunda» con que se castiga al Espanyol en sus visitas (no gana desde el 2009 y lleva un parcial de goles 31-2) y efímeros ensayos de «Bartomeu dimissió».

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